Titís de pincel blanco: Historia de una nueva historia.

Pangea, rodeado de Pantalasa, se erguía hace más de trescientos millones de años creando el perfecto nicho de amor entre cada uno de los bloques terrestres que, a día de hoy, dan forma a nuestros continentes. Esta masa perfecta, caminaba sigilosa y al acecho de los movimientos imparables que iban tomando fuerza bajo tierra. Tras un centenar de años de meticulosa unión, se impuso la deriva continental, y con ella, una de las más provechosas rupturas de la historia. Llevándose consigo lo justo y necesario de su origen, Laurasia y Godwana nacían, preparadas para una nueva era. Las grietas propias que surgen de cualquier adiós, dieron paso a espacios nuevos que se fueron rellenando para traer y atraer más vida.

Entre los partidos de la creación y la evolución los territorios cambiaban y, con ellos, las necesidades de los seres vivos, que se abrían camino separándose unos de otros, manteniendo sin embargo, una historia común… con muchas incógnitas. Incógnitas como las de los peculiares primates del llamado Nuevo Mundo y las curiosidades que aún se guarda el Eoceno.

Pequeño y juguetón arborícola, de largas extremidades, movimientos rápidos, armónicos entre las ramas, de fino olfato, garras precisas, pelaje sedoso y una estructura familiar envidiable. El más curioso de los primates: el tití de pincel blanco (Callithrix jacchus). Pero nuestra historia no comienza en los lejanísimos tiempos de la deriva continental, no, sino allá por los meses más fríos de nuestro pasado invierno y gracias a nuestra colaboración con la Universidad Autónoma de Madrid y parte del equipo directivo y docente de su Máster en Etología Aplicada. Fue así, preparando temarios y entre reunión y reunión, que dimos con Ana Fidalgo. Ella, como doctora y profesora permanente de la UAM, también es responsable de la colonia de titís de la prestigiosa universidad autónoma de la capital de España.

Por tener intereses y experiencias comunes en el campo de la primatología, acabamos conociendo de primera mano algunas de las historias, programas y necesidades de este equipo de trabajo. Y así como nos enteramos que, a pesar de los esfuerzos, parte de la colonia había rechazado a varios ejemplares los cuales, tenían que estar ahora separados del resto y para los que aún, no se había encontrado una solución acorde a sus necesidades. Así las cosas, se nos planteaba la posibilidad de ser nosotros quienes acogiésemos a esta familia. Ya se habían solicitado y planteado otras opciones, pero cierto es que no suele resultar sencillo habilitar nuevos espacios en otros centros que, aún a pesar de su ámbito de actuación y labor, no siempre disponen del tiempo o recursos necesarios.

Fuimos a conocerles, no sin antes pasar a ver al resto y entender todo el gran trabajo de Ana y su equipo. Comprobamos de primera mano la buena relación existente entre los cuidadores e investigadores y sus pequeños monos, y no dejó de asombrarnos el conocimiento que de cada animal -entre cientos, tan parecidos, tratados por su nombre, su lugar, sus gustos, sus estados y apetencias- tenía cada profesional de ellos. Cómo no nos iba a resultar familiar. Y, por fin, llegamos a conocer a nuestros futuros compañeros. Cho, Woody, WhatsApp y la pequeña C1. No nos iban a recibir con los brazos abiertos, pero todo aquel comportamiento propio de animales salvajes que siguen conservando su esencia es más que una cálida bienvenida. Y fue, con todo el respeto posible y todo lo que la experiencia aporta, como permitimos su exploración, a su ritmo, con su adorable despliegue de sonidos, marcajes y otras curiosas expresiones. Y así tuvimos nuestro primer encuentro con ellos; y apuntaba maneras el momento, pero que muy buenas maneras…

Traspasamos la noticia al equipo y nos pusimos en marcha. La llegada estaba prevista para febrero, pero tuvimos que retrasarla en aras de la adecuada gestión de traslados y adaptaciones de recintos, junto a la operativa y diseño íntegro de las nuevas instalaciones. Nuestro equipo no se limita a recibir animales sin previo estudio o aprobación del plan, pero para todos ellos, sin distinción, encontramos la manera; no obstante, esto supone un despliegue de medios considerable y no precisamente de ayudas.

El tití, a pesar de su tamaño y aparente facilidad de trato o manejo, requiere de unos espacios amplios y, por supuesto, muy enriquecidos; además, para mantener no sólo su estado óptimo, sino hacer la adaptación lo menos difícil posible, debíamos mantener las condiciones en las que los pequeños habían crecido y desarrollado, con el extra de ofrecer lo que ya no encontrarían de su antiguo hogar, amén de cubrir mucho más allá de los famosos cinco libertades o principios de bienestar animal.

Para tales fechas, habíamos concluido uno de los ciclos formativos en concepto de manejo y cuidado de animales salvajes en cautividad, pero parte de los alumnos estaban aún en periodo de prácticas. Gracias también a esto, nuestros alumnos y, por supuesto compañeros de trabajo (que con sus tantas horas de dedicación, aún se emocionan con estos programas), encontraron en esta historia su parte, y así fuimos unos cuantos, unos muchos, quienes entre rato y rato y tras horas y horas de enorme trabajo, dieron forma al equipo del rescate tití.

Una vez identificado el nuevo espacio, y después de colocar todo el material que íbamos a necesitar (sacos de cemento, espátulas, máquinas con las que muchos tenían contacto por primera vez, mallas, techados, cuerdas, maderas y un sinfín más), nos repartimos para aprovechar todos los recursos del entorno de la finca, dedicándonos sin pensarlo dos veces a recolectar troncos y materiales naturales apropiados que pudiesen enriquecer y dotar a la instalación de aún más dinamismo y sensaciones (olores, formas, colores, alturas, estratos, caminos …). La estrategia a seguir estaba clara: la creación de un paraiso vertical compartido similar a la selva, repartido en diferentes estratos de los cuales, el más elevado. correspondería a los pequeños con cara de diablo. Sí, nos llevamos algún arañazo, alguna picadura, varios baches y algún golpecito, pero, nada que no fuera la rutina habitual en nuestros programas de enriquecimiento y en los que, al final, siempre acabamos creando grandes ideas -además de buenos momentos-. Así pues, operaciones como el simple vaciado del remolque junto al resto de herramientas ya preparadas para la jornada siguiente, nos dejaba una sonrisa y mucha satisfacción.

El equipo tití se puso en marcha a partir del día siguiente, las ayudas y manos a punta de cemento y espátula -e incluso de diseño- de todo el equipo que, cuando tenía un hueco, no dudaba en unirse para avanzar y disfrutar de la buena compañía y mejores historias, se puso en funcionamiento. Otros también dedicaban su tiempo libre a construir habitáculos, organizar troncos en vertical y horizontal, entrelazar cuerdas, y darle a la instalación toda la seguridad para el máximo provecho de lo que el resto de la cuadrilla iba ideando e incorporando sobre el momento. Cada vez nos apasionaba más nuestra labor y, a juzgar por la cantidad de espontáneos que constantemente se unían a nosotros para echar una mano, es de suponer que visualmente, para cualquiera que por allí merodease, todo aquello resultaba enormemente atractivo…

Bien, llegaba el momento del traslado. El periodo de cuarentena había pasado, y debíamos de probar la instalación metiendo en ella la aparatosa jaula de los pequeños monos con sus inquilinos dentro, aunque fuese de manera temporal. Así procedimos y, en un momento de contención de la respiración, abrimos las puertas. ¡Vaya!, estos pequeños no se aturdían con apenas nada y enseguida salieron a descubrir el espacio, no sin antes dejar de tener controladas las entradas ya no sólo de su recinto anterior, sino de esa nueva caseta -hecha con todo el amor- que tanto les llamaba la atención. Pero… ¡sorpresa!, también tenían otros compañeros: ¡una familia de maras en el piso inferior! Tardaron poco en bajar a comprobar qué seres eran aquellos que, por cierto, les quedaban algo grandes, pero a los que no tardaron en intentar molestar. Por su parte, este grupo de roedores sudamericanos, poco tardó en ver que esa escenificación no iba más allá del simple teatro. Y, todos contentos, y en perfecta armonía y convivencia.

A día de hoy y con la contribución de estudiantes y profesionales de nuestra entidad y de la universidad, Cho, WhatsApp, Woody y C1 se han incluido en nuestro programa de enriquecimiento ambiental. El mismo, de carácter diario, está abriendo dos líneas de investigación y contribución como material de uso inter-profesional.

Gracias a personas que realmente sienten pasión por el comportamiento animal y la educación medio-ambiental, la mayoría de las cuales han querido y debido tomar esta labor de cuidado y concienciación como forma de vida (real, práctica, in situ y no siempre fácil), niños, jóvenes, adultos e incluso grupos y culturas, están a día de hoy más cerca de encontrarse un mundo más natural, más respetuoso y más equilibrado de lo que nadie hubiera imaginado hallar en nuestros días. Un logro, conseguido merced a las altruistas e impagables labores de control, limitación, cría, recuperación, rehabilitación, conservación y, por supuesto, educación directa de personas adaptada al contexto.

Nos dedicamos a lo que sabemos, por muchos años de experiencia, y por muchos otros de historia e historias. Ninguna entidad sustenta sus principios ni objetivos éticos con el mero trabajo de «oficina» ni ordenador. Ninguna afina dichos principios sin un arduo trabajo de campo, y, más bien, de muchos campos, de muchos compañeros, amigos y equipos. Y, como no debe faltar, necesaria es la verdadera dedicación a personas, a aquellos que comparten y nos dejan legados, conocimientos, preguntas, propuestas, verdades, ejemplos, su tiempo y su ilusión. Pero, especialmente, nos dedicamos a ellos, a los cientos de animales que han pasado, pasan y pasarán por nuestras vidas, por nuestras manos y conscientes del buen impacto que estos, nuestros protagonistas, pueden causar en nuestra sociedad. Y porque quedan, y con ellos, todas las acciones y experiencias que, cualquiera que les sienta, guardará en su retina, en su memoria y, seguramente, en su corazón.

Y es que, lo que el corazón marca, la mente no lo olvida. Y por ello seguiremos así.