Esta vez queremos compartir con todos vosotros un articulo redactado por nuestro compañero, Jaime Galán. Uno de los profesores de nuestra escuela Instintia más querido y respetado por los alumnos. Desde Fauna y Acción estamos totalmente de acuerdo con sus palabras y agradecemos su esfuerzo por intentar que este importante mensaje, llegue a más gente.
Un texto que todo el mundo debería leer.
Una reflexión que todo el mundo debería esforzarse por entender.
Una realidad que muchos compartimos.
¿Es necesaria la Cautividad en los Animales?
Probablemente uno de los mayores retos a los que me enfrento en mi actividad diaria como profesor y divulgador sea el de explicar el porqué de la cautividad y defender su existencia desde un punto de vista estrictamente científico. Como biólogo y naturalista, centrado en conservación de especies, no puede parecerme ético ni estético observar animales de especies silvestres viviendo cautivos, pero ello no implica que no entienda los motivos que se encierran junto a ellos.
En primer lugar, me gustaría recalcar que a día de hoy asistimos a una de las mayores pérdidas de biodiversidad del planeta, con unas tasas de extinción pocas veces vistas y unas consecuencias que se prevén catastróficas. La biodiversidad es un bien común y su buen estado genera miles de millones en beneficio económico además de ser absolutamente indispensable para nuestra supervivencia, aunque esto último sea más etéreo y difícil de ver.
Ante ello, actualmente nos encontramos con una parte de la comunidad científica que, de forma discreta y posiblemente con poca pedagogía y difusión, trata de poner parches por su propia cuenta, erigiéndose de forma presuntuosa como único adalid. Un segundo grupo está formado por aquella parte de la población que, bien por ignorancia, escepticismo o simple indiferencia, se siente cómoda con el curso actual de las cosas. Pero hay otras dos facciones que son aún más dañinas.
Por un lado están quienes activamente destruyen la naturaleza y aquí se encuentran furtivos, traficantes, gestores irresponsables, etc. Por otro lado encontramos a quienes, sin formación ni vocación de ella, se erigen como firmes defensores de una causa que realmente ni conocen ni entienden. Y esto es especialmente grave, porque aun partiendo de la mejor de las intenciones (no me cabe duda de que es así) disparan a diestro y siniestro, sin distinguir entre amigo y enemigo y prácticamente sin apuntar, cometiendo auténticas atrocidades intelectuales y programáticas. Hablo aquí sin tapujos del mal denominado animalismo.
Y digo mal denominado porque seguramente este concepto tendría una aplicación más justa para quien vive y convive con animales durante toda su vida, sean domésticos o silvestres y cuyo bienestar depende directamente de ellos, que para quien hace incursiones esporádicas en el mundo animal, desde una cómoda seguridad y estabilidad.
De esta dirección provienen algunos de los golpes que hacen más daño. Pero la primera facción de la que hablaba no siempre responde a los mismos con claridad. A veces peca de elevado tecnicismo y poca cercanía, haciendo que quien pudiera querer entenderles, sea incapaz; y empujando cada vez a más gente hacia la dirección contraria.
En este punto se encuentran los zoológicos y centros similares. Lejos del concepto clásico de colección zoológica cuya única finalidad era el ocio de una parte de la población que no estaba más concienciada a la salida que a la entrada, deben suponer hoy una de las herramientas indispensables para la conservación de especies. Y antes de explicar esto me gustaría hacer una aclaración previa.
En contra de lo que muchos piensan, los zoológicos no actúan como entidades independientes y sin regulación. De hecho, de forma exclusiva para ellos, existe una legislación (Ley 31/2003) que les obliga a investigar y divulgar y que, en su propia descripción se define como el mecanismo que busca garantizar la contribución de los mismos a la conservación de especies.
Laxa e imprecisa en algunos puntos, con lagunas, sin duda, pero no inexistente. Querer invalidar el concepto de zoológico actual porque algunos no la cumplan es igual de lógico que proponer prohibir los coches tras un atropello múltiple efectuado por una persona ebria. Que algunos se la salten no quiere decir que no exista, y querer modificarla, corregirla o ampliarla es muy diferente que querer acabar de golpe con este tipo de centros.
Pero es que además existe una segunda regulación que nace de un útil corporativismo. La inmensa mayoría de centros actuales se encuentran agrupados en asociaciones nacionales e internacionales (AIZA, WAZA, etc) que fueron origen y aún forman parte de entidades de tanto prestigio como la UICN o CITES. En el primer caso se trata de la máxima autoridad mundial en materia de naturaleza (la que establece las categorías de amenaza de todas las especies del planeta) y en el segundo se trata del convenio que regula el comercio de especies y que supone la barrera más efectiva contra el tráfico ilegal. Quizá sean conceptos que nunca habríamos relacionado, pero van íntimamente ligados. Este tipo de asociaciones se lo ponen más difícil a cualquier centro díscolo que quisiera poner en marcha prácticas de ética dudosa.
Hecha la pertinente aclaración, me gustaría exponer los tres motivos que, a mi juicio, argumentan científicamente la triste pero genuina utilidad de la cautividad en la conservación de especies:
1. Educación
Los zoológicos están obligados por ley a desarrollar programas de educación, con la finalidad de que la exposición de especies no sea meramente recreativa, sino que tenga una motivación didáctica y educadora. A este respecto, sirven como fuente fiable de información y formación a la población sobre el estado de las especies y las amenazas a las que éstas se enfrentan.
Concerniente a este punto hay quienes afirman que sería más deseable establecer reservas o ir a visitar a los animales a su hábitat. Esta aseveración, aparte de ser una utopía inconsciente, encierra un peligro muy grave. Y es que no todo el mundo tiene los recursos para viajar a un país exótico a ver animales en libertad, pero es que si los tuviera no quiero imaginar las consecuencias que tendría para, pongamos, el Serengueti, el recibir el millón de visitantes anuales que tiene el Zoo de Madrid, sólo desde esta ciudad.
Además, en el caso de las zonas en las que el conflicto humano-animal es más candente, pueden servir de forma aún más útil. Pongamos por caso el sudeste asiático, donde debido al desconocimiento se mata a especies de serpientes por miedo a su veneno. Serpientes que, pese a su peligrosidad, depredan sobre otras especies mucho más nocivas para el hombre; por no hablar del control de plagas y prevención de zoonosis que ejercen. De cara a concienciar y educar en esa zona, e incluso formar a la población para distinguir a unas de otras o para saber qué hacer en caso de un encuentro, no existe método más efectivo que el contacto directo y controlado, especialmente para los más pequeños.
2. Investigación
De nuevo es un punto que no queda a expensas del buen hacer del propietario del zoo, es algo a lo que obliga la ley. Es gracias a la tenencia de especies en cautividad a lo que debemos una inmensa mayoría de la información con la que hoy contamos. Quienes se postulan como defensores de los animales y sugieren prohibir los zoológicos proponen también realizar planes para proteger e incluso tratar a la fauna salvaje. Esta afirmación parte necesariamente del desconocimiento más absoluto. Y para entenderlo pongo de nuevo un ejemplo práctico.
En mi última estancia en África, asistí en la operación de fractura de cráneo de un puercoespín sudafricano que había caído en una trampa y había sido atacado por furtivos (algo a lo que el punto anterior podría contribuir también a poner fin). Al margen de resaltar que la veterinaria responsable del hospital se había formado en distintos zoológicos para poder desempeñar su labor, no se me ocurre de qué manera podríamos saber qué tipo de fármaco emplear, a qué dosis o qué vía de administración si no tuviésemos los datos obtenidos de la investigación en cautividad. En ese caso concreto los zoológicos salvaron una vida, una que se suma a las decenas que se sucedieron durante mi estancia y a las miles que ocurren día a día en centros de todo el mundo.
3. Banco genético
Que los zoológicos no son centros de cría para posterior puesta en libertad (en normas generales) es cierto, pero no lo es menos que suponen el más valioso banco genético con el que contamos. Las poblaciones salvajes se están viendo drásticamente mermadas y asoladas por varios flancos, con la pérdida de variabilidad genética como principal amenaza. Para entenderlo mejor recurriré de nuevo a un ejemplo práctico.
El caso tan popular y mediático del rinoceronte blanco es una buena opción. Este enorme mamífero, el segundo terrestre más grande del planeta, está desapareciendo de su zona de distribución natural. Debido a ello, con la mejor de las intenciones, se están realizando reintroducciones en determinados puntos de pequeños grupos de individuos. Pese a lo aparentemente positivo de estos hechos, pueden suponer una eutanasia genética para la especie a largo plazo si no se gestionan adecuadamente.
Fraccionar el hábitat de una especie implica reducir el tamaño efectivo de su población, esto es, el número de individuos que pueden reproducirse entre sí. A causa de ello, se producen cruzamientos entre individuos cada vez más emparentados fomentando la endogamia y la pérdida de variabilidad. En este sentido, se irán perdiendo alternativas para determinados genes y, a la larga, tendremos una población empobrecida en su información genética, en la que podrán aparecer enfermedades y complicaciones de todo tipo que amenacen su supervivencia. Llegados a este punto, la única y última esperanza será el acervo genético albergado en los zoológicos, que sí están obligados a controlar sus programas de cría y a garantizar la riqueza genética de sus cruces e individuos.
Pero no sólo la genética amenaza a las especies en peligro. Existen muchos casos en los que son enfermedades infecciosas, parasitarias o problemas de otra índole que se han establecido en el medio natural y cuya erradicación se postula imposible. Es el caso del diablo de Tasmania, aquejado por un tipo de cáncer transmisible que afecta al rostro e impide alimentarse y relacionarse con normalidad, causando la muerte del individuo con el tiempo. Debido a la alta contagiosidad de esta enfermedad y a su rápida dispersión, pese a las puntuales resistencias, la población salvaje en su totalidad está seriamente amenazada.
En el peor de los escenarios, se dejaría actuar a la enfermedad, para la que no parece existir solución viable, y ésta desaparecería una vez extinta la especie en libertad. Llegados a ese punto, podrían establecerse programas de cría y reintroducción a partir de los individuos albergados en centros zoológicos y de cautividad. Hay infinidad de ejemplos como estos, sólo hay que hacer una búsqueda en internet con inquietud y sin prejuicios.
Además, mientras lees estas líneas, sigue existiendo tráfico ilegal, caza furtiva, destrucción y fragmentación de hábitat y muchas otras amenazas que contribuyen a agravar el problema. En este sentido, el centro en el que trabajo acoge y ha acogido (sin ayuda de ningún tipo) a algunos ejemplares que, tras su incautación, son irrecuperables. Y esto es por el miedo de muchos zoológicos a exhibir ejemplares aparentemente enfermos, aunque su situación sea crónica o irreversible, porque las quejas surgirían antes que las preguntas. Si la presión fuese más razonable, los zoológicos podrían servir también como lugares de residencia para aquellos que han sufrido.
Por todo ello, pese a lo objetivamente incómodo de observar un animal cautivo, la realidad es que a día de hoy la cautividad sigue siendo tristemente imprescindible, y nos aporta información de incalculable valor que no seríamos capaces de obtener por otra vía. Entenderla como una mera cárcel supone una falta de comprensión de la dimensión total del problema, y posiblemente también el desconocimiento sobre la legislación y la situación real de quienes trabajamos en conservación.
Nadie puede amar más a los animales que quien dedica su vida, esfuerzos y recursos a ellos. Es un trabajo tremendamente gratificante pero sin horarios ni cómodas condiciones, no exento de riesgos ni de situaciones desagradables. No sé si galardones, pero estoy seguro de que los profesionales que ponen su vida en ello al menos merecen el respeto y el beneficio de la duda de que, cuando hacen algo, lo hacen con un motivo. Se suele llegar más lejos preguntando que atacando.
No me cabe duda de que hay un sector enorme de la población, y afortunadamente cada vez más grande, que tiene una especial sensibilidad e inquietud por la conservación de la naturaleza. Pero no estaría de más que hagamos por entendernos entre quienes compartimos gran parte de nuestros ideales. Enemigos ya nos sobran fuera.
Espero haber podido aportar algo más de luz o información que quizá no conocieras sobre este tema tan controvertido. Si has llegado hasta aquí, te agradezco profundamente el interés y la inquietud, principales motores del avance en la ciencia.
¡Nos leemos muy pronto!
Jaime Galán Elvira
jaimegalan@instintia.es
Bichólogo (Instagram: @bichologo_)
Biólogo.
Especialista en Clínica de Animales Exóticos y Salvajes.
Diploma en Herpetología. Estudiante de cuarto curso de la carrera de Veterinaria.
Profesor en diversas titulaciones sobre Fauna Salvaje en España y África.
Colaborador en Programas de Conservación en África.
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Con estas lineas se demuestra que si estamos juntos y nos ayudamos unos a otros, el trabajo de todos será la recompensa para ellos. En nosotros está la clave para poder ayudarles.